La libertad en Hannah Arendt (1)
Para Hannah Arendt la libertad de ningún modo se muestra solamente en el reino del pensamiento, ni tampoco el opuesto de ésta se experimenta como un monólogo interior del “yo”. Su planteamiento nos indica que la libertad ha sido distorsionada en lugar de ser aclarada, para Arendt la idea misma de la libertad tal como se da en la experiencia humana se concibe no como un “problema” sino como un “hecho” de la vida cotidiana, se trata de considerar que el hombre es efectivamente un ser dotado de la posibilidad de obrar dentro del espacio público. Esta situación enmarca el problema de la libertad en el contexto de la vida humana, Arendt, explica que no podemos pensar en acción y política, entre todas las capacidades que tiene el hombre, sin asumir al menos que la libertad existe. Para la filosofa, la libertad debe desenvolverse hacia el otro. Así es como la libertad interior, se observa como experiencias derivativas del sujeto que siempre presuponen un desplazamiento del mundo, el hombre se aparta para encontrar refugio en su interioridad a la que nadie más tiene acceso; sin embargo, dicho espacio de libertad absoluta dentro del propio yo debería ser expresada en una acción con otros. Según Arendt, nos hacemos conscientes de la libertad o de su opuesto cuando interactuamos con los otros, esta conciencia no es posible en relación con nosotros mismos, sino en la medida en que salimos al mundo y conocemos a otros seres humanos, liberándonos de nuestras vidas egoístas y aisladas. Pero esta segunda manera de ver la libertad implica que este acto de salir al mundo no es suficiente, la libertad necesita además de la liberación de sujeto, de la compañía de otros hombres que estén en la misma situación y de un espacio público común, en palabras de Arendt: “un mundo organizado políticamente en el que cada hombre libre pudiera insertarse de palabra y obra”, la libertad requiere de este espacio para que pueda hacer su aparición. Arendt, explica que el surgimiento del totalitarismo y su presunción de haber subordinado todas las esferas de la vida del hombre a la supuesta demanda política, ha hecho creer que libertad y política son incompatibles, puesto que la libertad pasó a experimentarse en función de la voluntad y en la relación con el propio yo, en lugar de experimentarse en el hacer y en la asociación con los demás. Nos hemos conformado en creer que la libertad comienza donde termina la política, porque hemos visto que las llamadas “consideraciones políticas” se han superpuesto a todas las demás cosas de la vida, eliminando así hasta el último vestigio de libertad. Esta idea es precisamente contraria al planteamiento de Arendt, la libertad no es un atributo particular de una sola voluntad y del pensamiento egocéntrico, sino de la acción, pero esta acción debe estar libre de motivaciones individuales, por una parte, y de su presunta finalidad como efecto posible, por otra. Esto no significa que motivos y finalidades no sean factores importantes en cada acción independiente, sino que en este caso deben trascender los aspectos personales, porque este mundo es nuestro, esto quiere decir que existía de antes de nuestras vidas y está destinado a ser nuestro espacio de supervivencia, de modo que no puede permitirse que los intereses individuales sean superpuestos, la libertad se expresa en la medida en que tenemos “valor”, he aquí la palabra clave en todo el discurso de Arendt, “se necesita valor incluso para abandonar la seguridad protectora de nuestras cuatro paredes y entrar en el campo público, el valor libera a los hombres de su preocupación personal por la vida, y la reemplaza por la libertad del mundo”.
Las posibilidades de que las cosas se repitan y que mañana sea como ayer siempre son abrumadoras, “no tan abrumadoras, sin duda, pero bastante cercanas a las posibilidades de que ningún planeta tierra vuelva a surgir de los procesos cósmicos, de que ninguna vida se desarrolle de los procesos inorgánicos y de que ningún hombre surja de la evolución de la vida animal. La diferencia decisiva entre las infinitas improbabilidades en las que descansa la realidad de nuestra vida terrestre y el carácter milagroso inherente a los acontecimientos que determinan la realidad histórica consiste en que, en el campo de los asuntos humanos, conocemos al autor de los milagros. Los hombres son los que los realizan, hombres que, por haber recibido el doble don de la libertad y de la acción, pueden configurar una realidad propia”.
1. Hannah Arendt, Entre pasado y futuro, ocho ejercicios sobre la reflexión política. Cap. IV: ¿Qué es la libertad? Ediciones Península, Barcelona.
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